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martes, julio 12, 2011
12:47 a. m.

Todo por la audiencia (o casi)

rubricado por Higronauta


Citando (agárrense los machos con la cita) a Radio Futura, "El futuro ya está aquí". Y es que si desde hace ya (bastantes) años, ibamos contemplando como el imaginario norteamericano convertía la casta mojigatería remilgada en bandera iconográfica, transigiendo con conceptos violentos, sexismo, racismo y el resto de ismos denostables que les vengan a la cabeza, el desembarco de ese pensamiento se ha producido, definitivamente, en nuestra querida piel de toro.

No vamos a negar que en lo que respecta a lo sexual, España, tras el boom del tetayculo postfranquista ha ido perdiendo fuelle, año tras año, disfrazado de un ataque obsesivo y nada certero contra la igualdad entre machos y hembras. Pese a todo, y mal que les pese a muchos, la teta femenina, ese icono PoP en tanto que exploiting, siempre ha estado presente en nuestros días como una especie de denominación de orígen de lo español, ya sea en cualquier largometraje que se tercie, ya sea en buena parte del catodismo seriado que nos ha ofrecido nuestro bien amado Gran Hermano.

Nos plantamos ahora en la parrilla televisiva patria. Recordamos a aquel famoso consejo de sabios que se reunió hace eones para valorar la calidad de nuestra caja tonta, y que dio el primer paso a lo que, en teoría, iba a ser una regularización de los contenidos en tanto que protección a la mente de los menores.

Pasa el tiempo, y, en una mezcolanza de sorpresa e irritación, observamos, desde nuestros butacones orejeros, que en esa supuesta franja horaria protegida, sigue existiendo todo lo que un padre de pro y con aspiraciones a educador eliminaría de una dieta sana en pedagogía al menor. Y, en consecuencia, ya saben: llanto, crujir de dientes, supuestas demandas a las cadenas televisivas... Toda una miasma de inutilidades que comporta que a día de hoy y en pleno siglo XXI, tengamos la televisión más vergonzosa y avergozante de la historia del aparato en cuestión, al menos en nuestras tierras.

La evolución, mal que nos pese a algunos, se ha realizado. Desde doña Nieves Herrero y su enfoque del asesinato de Míriam, Toñi y Desiré hasta día de hoy, todo lo que en su momento era impensable en un medio supuestamente destinado a la difusión de valores y contenidos se ha realizado (aunque, supuestamente, las generaciones futuras que lean esto pensarán que todavía andamos en pañales del porvenir).

¿Cuál es el factor entonces que marca la inflexión y que parece ser la única barrera no traspasable? El sexo, comprendido en todos y cada uno de los aspectos que una sociedad represora ha comportado.


De ahí, que no sea de extrañar, pero sí de pesar, que el Consejo Audiovisual de Navarra denuncie al programucho Sálvame de Telecinco por mostrar un pecho de ese muñeco de feria en que se ha convertido Marujita Díaz, pero, sin embargo, que se prodiguen insultos y desdeñeces sin límite alguno parezca pasar desapercibido para cualquier órgano que tienda a proteger a los infantes que durante la misma franja horaria, se hallen, malcriadamente, delante del aparato de rayos catódicos.


Y resulta curioso, a qué negarlo, a la par que incongruente y contradictorio, que, en tanto que un pecho mostrado sea objeto de ataque benefactor, los anuncios comerciales, de los que hemos hablado aquí ya hasta la saciedad, pasen, igualmente, el filtro de los bienpensantes.

¿Dónde está entonces el rasero? ¿Quién pone las reglas? Está visto que los padres no. Está visto que las cadenas, en especial las privadas, menos. Parece ser que los Consejos Audiovisuales, andan perdidos en un pantano laberíntico en busca de una ética y de unos valores que parecen no encontrar, hundidos como se encuentran hasta la cintura de aguas purulentas y fangosas. ¿Entonces?

Desde estas líneas no tendemos ni hacia la radicalización de la televisión ni hacia el free style actual. Lo que se espera, se ansía, y se desea, como mínimo es CRITERIO y RIGOR. Un ¡Basta! a grito pelado que interpele en favor del infante (desvanecido en un sistema educativo que le trata como un objeto a reivindicar por mor de intereses creados y no como una persona a formar y educar).

Porque, a fin de cuentas, ¿cómo podemos esperar un futuro mejor, si estamos pervirtiendo el concepto de la infancia tras subterfugios maniqueístas importados de vayan ustedes a saber dónde? Por una vez, y sin que sirva de precedente, estaría más que bien que los padres se aliaran y se asociaran por defender una educación que parece que, a día de hoy, son incapaces de darle a sus allegados. Aunque claro, partiendo de la premisa que la alienación ha calado tan hondo en el Ciudadano que a duras penas sabe diferenciar su pie izquierdo del derecho, quizás el planteamiento halla de ser más radical que el que aquí se plantea y optar, de una vez por todas, a una prohibición de ciertos individuos a procrear, si son incapaces, si quiera, de realizar el correspondiente acto educativo que comporta toda paternidad (y maternidad).

O algo.

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