Conspiranoia: Asalto a chalets
rubricado por Higronauta
"Así es -Dijo Sancho- pero tiene el miedo muchos ojos, y ve las cosas debajo de tierra, cuanto más encima en el cielo".
Miguel de Cervantes
Si son fieles seguidores de los desinformativos (tanto catódicos como hertzianos) derechosos, habrán notado que desde hace ya varios meses, las noticias amarillentas de sucesos andan siempre engordadas por el tema de los asaltos a chalets (llámenlos chalets, llámenlos chabolas, llámenlos torres, o simplemente llámenlo casas). Protagonizados siempre por "un grupo de delincuentes rumanos" estas nuevas no hacen más que poner en tela de juicio la poca seguridad de algunas urbanizaciones y zonas habitables alejadas saludablemente del pavoroso y asfixiante asfalto urbanita.
Kit apandador para asaltar casas
apareadas en urbanizaciones varias.
Hasta hace bien poco, un servidor creía (iluso de mi) que se trataba de un elemento más de relleno alarmista, al estilo de las motos acuáticas en verano, o los consabidos perros-psicópatas-come-infantes. Pero hace un par de días, en uno de mis somnolientos recorridos hacia mi (presupuestamente) dignificante lugar de trabajo, tuve una revelación. Andaba yo con la tez cabizbaja esperando que pasara el metro cuando mi mirada se centró en la primera plana de un periodicucho cualquiera del día anterior que por allí andaba tirado (civismo, ya saben) que afirmaba en grandes titulares "La venta de casas desciende de manera alarmante" (o algo por el estilo). En ese preciso instante, mi cerebro malpensante y conspiranoide encajó las piezas: ¿y si toda esa campaña mediática sobre las fechorías de un grupo de europeos al asalto de propiedades privadas no fuera, en su fin último, un intento de propagar el miedo ante el personal urbanita, tan predispuesto últimamente a partir de la ciudad al campo en busca de una presupuesta calidad de vida, evitando así parte del éxodo que están sufriendo las ciudades, entre otros motivos por el elevado coste de las viviendas? ¿Y si detrás de todo esto, no estuvieran más que las grandes constructoras e inmobiliarias, que, viendo que su capital invertido en especulación pura y dura pudiera estar en peligro, hubieran (o hubiesen) decidido tomar cartas en el asunto, y ayudar a decidir a ese pueblo tan llano que somos, cuando, cómo y dónde comprarse la casa de sus sueños?
Imagen de uno de los posibles asaltantes.
Porque, a fin de cuentas, el precio de una morada, a día de hoy, es directamente proporcional a la distancia que la separa de la gran urbe celtibérica. El campo (o el bosque, o la urbanización), por el momento, se halla a años luz de los niveles especulativos de la ciudad. Pero, ¿y si nos diera miedito vivir tan lejos? ¿Y si no consiguiéramos sentirnos seguros si no fuera atrincherados en nuestros nichos particulares, teniendo como compañía los berreos de los vecinos y el mundanal ruido del parque móbil? Quién sabe, quizás los precios de los pisos pudieran llegar a subir un tanto por ciento más, simplemente por esa sensación ficticia (e irreal) de seguridad. Y es que el miedo es control, tal como se viene demostrando desde la caída de las Torres del Imperio. Y el control, en ésta, nuestra estimadísima sociedad, siempre, siempre, es beneficioso en términos económicos para unos cuantos. Adivinen para quién...
Miguel de Cervantes
Si son fieles seguidores de los desinformativos (tanto catódicos como hertzianos) derechosos, habrán notado que desde hace ya varios meses, las noticias amarillentas de sucesos andan siempre engordadas por el tema de los asaltos a chalets (llámenlos chalets, llámenlos chabolas, llámenlos torres, o simplemente llámenlo casas). Protagonizados siempre por "un grupo de delincuentes rumanos" estas nuevas no hacen más que poner en tela de juicio la poca seguridad de algunas urbanizaciones y zonas habitables alejadas saludablemente del pavoroso y asfixiante asfalto urbanita.
apareadas en urbanizaciones varias.
Hasta hace bien poco, un servidor creía (iluso de mi) que se trataba de un elemento más de relleno alarmista, al estilo de las motos acuáticas en verano, o los consabidos perros-psicópatas-come-infantes. Pero hace un par de días, en uno de mis somnolientos recorridos hacia mi (presupuestamente) dignificante lugar de trabajo, tuve una revelación. Andaba yo con la tez cabizbaja esperando que pasara el metro cuando mi mirada se centró en la primera plana de un periodicucho cualquiera del día anterior que por allí andaba tirado (civismo, ya saben) que afirmaba en grandes titulares "La venta de casas desciende de manera alarmante" (o algo por el estilo). En ese preciso instante, mi cerebro malpensante y conspiranoide encajó las piezas: ¿y si toda esa campaña mediática sobre las fechorías de un grupo de europeos al asalto de propiedades privadas no fuera, en su fin último, un intento de propagar el miedo ante el personal urbanita, tan predispuesto últimamente a partir de la ciudad al campo en busca de una presupuesta calidad de vida, evitando así parte del éxodo que están sufriendo las ciudades, entre otros motivos por el elevado coste de las viviendas? ¿Y si detrás de todo esto, no estuvieran más que las grandes constructoras e inmobiliarias, que, viendo que su capital invertido en especulación pura y dura pudiera estar en peligro, hubieran (o hubiesen) decidido tomar cartas en el asunto, y ayudar a decidir a ese pueblo tan llano que somos, cuando, cómo y dónde comprarse la casa de sus sueños?
Porque, a fin de cuentas, el precio de una morada, a día de hoy, es directamente proporcional a la distancia que la separa de la gran urbe celtibérica. El campo (o el bosque, o la urbanización), por el momento, se halla a años luz de los niveles especulativos de la ciudad. Pero, ¿y si nos diera miedito vivir tan lejos? ¿Y si no consiguiéramos sentirnos seguros si no fuera atrincherados en nuestros nichos particulares, teniendo como compañía los berreos de los vecinos y el mundanal ruido del parque móbil? Quién sabe, quizás los precios de los pisos pudieran llegar a subir un tanto por ciento más, simplemente por esa sensación ficticia (e irreal) de seguridad. Y es que el miedo es control, tal como se viene demostrando desde la caída de las Torres del Imperio. Y el control, en ésta, nuestra estimadísima sociedad, siempre, siempre, es beneficioso en términos económicos para unos cuantos. Adivinen para quién...
3 Réplicas:
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Publicar un comentarioyo creo que son los propios periodistas de esas publicaciones los que se disfrazan de rumano para robar chalés, fíjese bien lo que le digo.
A mí siempre me ha llamado la atención la elevadísima importancia que tiene la oriundez de los malvados delincuentes, es tanto o más importante que los violentísimos delitos que cometen. Además parece que los periodistas de los masa medios no tienen ningún interés en comprender y hacer comprender cuales son las causas de estos robos y su violencia aparejada. No solo beneficia a los del ramo inmobiliario, también a la política conservadora, que aprovecha el terror y la escasa luz para robarle la virtud a la sofocada y entontunada España
Visto lo visto, no sería de extrañar, Pussy.
Maese angalqua una de las máximas del periodismo actual es, como usted comenta, NUNCA explicar los motivos primeros de las noticias, ya se trate de violencia, robos, o, simplemente, la subida del IPC. El pueblo debe permanecer ignorante el mayor tiempo posible, pero debe creer que sabe (jocosa y tremebunda ironía ésta).
Maese angalqua una de las máximas del periodismo actual es, como usted comenta, NUNCA explicar los motivos primeros de las noticias, ya se trate de violencia, robos, o, simplemente, la subida del IPC. El pueblo debe permanecer ignorante el mayor tiempo posible, pero debe creer que sabe (jocosa y tremebunda ironía ésta).