Un paseo por la cultura diaria
rubricado por Higronauta
Salgo a la calle como cualquier otro día, dispuesto a indignificarme en mi hábito laboral. Me acerco al quiosco más cercano a comprar tabaco, y me abstraigo ante las (dichosas) colecciones en fascículos. Una de ellas me llama la atención: Grandes Clásicos de la Pintura. A saber, y de memoria: Picasso, Dalí, Miró, Cezanne, Rembrandt, Boticelli, y, cómo no, el eterno Van Gogh. En un atisbo de idiotez supina (son las ocho y media de la mañana, y mi dosis de cafeína dista aún muy mucho de convertirme en personita) me pregunto por qué no aparecen en esta colección mis queridos Caravaggio, Tamara de Lempicka o Margaret Keane, por citar algunos... La duda se disipa y continuo mi camino hacia mi jornada laboral.
Una vez me asiento en mi puesto, me aislo del mundo gracias a esos aparatos llamados aurículares e intento sintonizar alguna emisora que, en mayor o menor medida, pueda satisfacer mis gustos musicales. Por más que me paseo por el dial internáutico, no consigo aguantar más que un par de temas en una emisora concreta. La música que se emite me resulta cansina, fotoclónica, y, a lo más que puedo aspirar, es a caer en el recurso fácil del momento revival. Aún así, en otro ataque de estulticia dubitativa, me vuelvo a preguntar dónde están esos grupos que a un servidor tanto maravillan y que, ante el amasijo ingente de diales existentes, parecen no haber existido nunca. Así que apago el aparato de marras, y, acabo donde siempre, en brazos de mi reproductor emepetrés, que tanto me conoce y satisface.
Tras la ardua jornada de trabajo, decido dirigirme a una librería cualquiera en busca de lectura que pueda llenar mis vacios personales en ese elemento social llamado transporte público. Paso ante columnas enormes de ediciones que, independientemente de su calidad, han conseguido llegar a ser éxitos de ventas. Una vez superada la dificultosa tarea, no sólo por la gran cantidad de pilas de libros, si no, sobretodo y ante todo por el gran número de potenciales lectores que se reúnen en torno a ellas, me dirijo al fondo del establecimiento en busca de alguno de mis escritores. Tras media hora de búsqueda infructuosa y de hastiarme de que la señorita dependienta, o bien desconozca de qué le hablo, o bien, haciendo uso de su simpar base de datos, me diga que no poseen en su haber ni uno de los autores a los que me estoy refiriendo, acabo saliendo del lugar, cabizbajo y con el asomo de confirmación que algo pasa. Se me pasa por la testa dirigirme a la biblioteca más cercana para realizar un último intento, pero este pensamiento se desvanece en seguida pues se, a ciencia cierta, que va a ser mucho peor que en la librería de la que acabo de salir. Así que, sin más dilación me dirijo a casa a descansar.
Cuando tras el infructoso día llego a la mansión higronáutica y enciendo el aparato catódico, mis temores se hacen realidad. Por mucho que presione todos los números y más del sobrevalorado mando a distancia, no consigo encontrar un solo lugar donde recogerme y acabar de pasar los últimos momentos de vigilia que me quedan en el cuerpo. Así que decido apagar el cacharro televisivo, y, me vuelvo a acurrucar en alguna reelectura hasta que Morfeo me acoge en su reino. Sólo estar durmiendo es mejor que estar dormido.
Una vez me asiento en mi puesto, me aislo del mundo gracias a esos aparatos llamados aurículares e intento sintonizar alguna emisora que, en mayor o menor medida, pueda satisfacer mis gustos musicales. Por más que me paseo por el dial internáutico, no consigo aguantar más que un par de temas en una emisora concreta. La música que se emite me resulta cansina, fotoclónica, y, a lo más que puedo aspirar, es a caer en el recurso fácil del momento revival. Aún así, en otro ataque de estulticia dubitativa, me vuelvo a preguntar dónde están esos grupos que a un servidor tanto maravillan y que, ante el amasijo ingente de diales existentes, parecen no haber existido nunca. Así que apago el aparato de marras, y, acabo donde siempre, en brazos de mi reproductor emepetrés, que tanto me conoce y satisface.
Tras la ardua jornada de trabajo, decido dirigirme a una librería cualquiera en busca de lectura que pueda llenar mis vacios personales en ese elemento social llamado transporte público. Paso ante columnas enormes de ediciones que, independientemente de su calidad, han conseguido llegar a ser éxitos de ventas. Una vez superada la dificultosa tarea, no sólo por la gran cantidad de pilas de libros, si no, sobretodo y ante todo por el gran número de potenciales lectores que se reúnen en torno a ellas, me dirijo al fondo del establecimiento en busca de alguno de mis escritores. Tras media hora de búsqueda infructuosa y de hastiarme de que la señorita dependienta, o bien desconozca de qué le hablo, o bien, haciendo uso de su simpar base de datos, me diga que no poseen en su haber ni uno de los autores a los que me estoy refiriendo, acabo saliendo del lugar, cabizbajo y con el asomo de confirmación que algo pasa. Se me pasa por la testa dirigirme a la biblioteca más cercana para realizar un último intento, pero este pensamiento se desvanece en seguida pues se, a ciencia cierta, que va a ser mucho peor que en la librería de la que acabo de salir. Así que, sin más dilación me dirijo a casa a descansar.
Cuando tras el infructoso día llego a la mansión higronáutica y enciendo el aparato catódico, mis temores se hacen realidad. Por mucho que presione todos los números y más del sobrevalorado mando a distancia, no consigo encontrar un solo lugar donde recogerme y acabar de pasar los últimos momentos de vigilia que me quedan en el cuerpo. Así que decido apagar el cacharro televisivo, y, me vuelvo a acurrucar en alguna reelectura hasta que Morfeo me acoge en su reino. Sólo estar durmiendo es mejor que estar dormido.
Tàpies. O el arte de fotoclonarse por toda la eternidad.
Esto que han leído es una exageración, en mayor o menor medida, de un hecho constante en la cultura actual. La idea principal de un servidor era comentar La trilogía del abismo, recién finalizada. Pero a medida que iba buscando referencias informativas para ilustrar el tema, el post ha empezado a transmutarse lentamente y por mucho que he luchado por mantenerlo dentro de la idea primera, me ha resultado imposible, como pueden comprobar. Ruego disculpen mi falta de control y dominio sobre él. Mañana, hablaremos de William Hope Hodgson. Palabra de Higronauta.7 Réplicas:
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Publicar un comentarioAhh como le entiendo, y yo vivo en ultramar, aquí las cosas llevan un ritmo distinto y hay que esperar mucho y más por todo, y normalmente contestan siempre en todos lados; "está descatalogado" o "¿Cómo?" "deletreemelo" en la peninsula por lo menos hay librerías de viejo...
lo excitante de esas cosas que nos gustan, esos pequeños secretos es que son difíciles de encontrar. Es parte de su magia el hecho de que para conseguirlos, hay que esforzarse.
Los discos dificiles de encontrar son los que mejor suenan, se ha dado cuenta?
Un beso, querido.
Los discos dificiles de encontrar son los que mejor suenan, se ha dado cuenta?
Un beso, querido.
No sólo librerías antiguas y/o de segunda mano. Algún reducto en la ciudad condal de tiendas con catálogos más selectos también quedan. Pocas, pero haylas como las meigas.
Pussy, toda la razón del mundo sobre esa especie de trabajo arqueológico que hay que realizar para encontrar joyas irrepetibles que conlleva una superior valoración del objeto adquirido. Aunque, ¿no le pasa que a veces se siente hastiada de que siempre le cueste encontrar todo n veces más que lo que sería deseable (o habitual si sus gustos fueran más corrientes? Al menos, un servidor, tiene de tanto en tanto días de esos, y cierta ira ciega le consume las entrañas (suerte que sólo es de tanto en tanto...).
Pussy, toda la razón del mundo sobre esa especie de trabajo arqueológico que hay que realizar para encontrar joyas irrepetibles que conlleva una superior valoración del objeto adquirido. Aunque, ¿no le pasa que a veces se siente hastiada de que siempre le cueste encontrar todo n veces más que lo que sería deseable (o habitual si sus gustos fueran más corrientes? Al menos, un servidor, tiene de tanto en tanto días de esos, y cierta ira ciega le consume las entrañas (suerte que sólo es de tanto en tanto...).
También teneis la Fnac, ese antro amable y odioso a un tiempo donde, si no es extremadamente raro, o extremadamente viejo, puedes hacer reventar la credit card, la billetera y la circunferencia irregular que forman los esfinteres
A día que pasa, más odio ese hipermercado de la cultura multinacional. Ya no sólo por no encontrar casi nada, ni por la elevada incompetencia y/o desconocimento de sus empleados (me fascinan esos anuncios donde todos los laburantes de FNAC son expertos en todo), si no también por el caos reinante en las secciones, y el mal estado de muchos de sus productos.
jaja comprenda, Sr. Higronauta que uno siendo de provincia de ultramar, y por mucho que odie el supermercadismo multinacionaloide, pues encontrarse con varias plantas de discos y libros pues así esten desordenadas y mal gestionadas, es como si, de repente, te trasladases a un paraíso, donde vivo los libreros no te dejan mirar mucho tiempo los libros, no tienen mucho material y no hay manera de que te traigan algo en menos de un mes, y a que precio...
Se le presupone al ser humano (sobretodo celtibérico) la facilidad de queja sin valorar si quiera lo que tiene a su disposición. Una mera cuestión de perspectiva, vamos ;)