"Tengo el pelo a mechas rubias, y una novia muy gárrula
El alerón de mi Honda, es muy caro y a juego con sus lentillas!"
La Rubia Montoya
Ayer tuve una revelación. Les cuento: acababa de videar una película del maestro Miike, cuando perdido por la inmensidad basuril de la oferta catódica me topé con un programa que resultó ser toda una revelación para mí: Tuningmania. Hasta ese momento, había leido sobre el tema y vistos algunos (a qué negar que pocos) coches tuneados por las calles de mi ciudad y alrededores. Pero el hecho de ver retransmitido el salón del susodicho hobby, con todos los elementos allí reunidos venerando autos y femmes ligeritas de ropa y con más curvas que el circuito de Suzuka me cautivó. Al principio no conseguía acabar de entender de qué iba aquello. Mi mente malpensante pensó que se trataba de una especie de adoración pagana similar a la que realizó el pueblo judío con el becerro de oro. ¿De qué iba aquello? ¿Cómo se conseguiría entrar en esa especie de secta? ¿Quién o quiénes eran sus líderes espirituales? Ensimismado estaba en estos pensamientos, cuando la aparición de un tipo ataviado de cowboy (sombrero incluido, palabra) me acabó de desconcertar.
A punto estaba ya de apagar el televisor, cuando acabó el reportaje sobre el salón, y dio comienzo otro sobre un club de tuning de la Costa Dorada (aka Tarragona). En ese preciso instante ví la luz. El reportaje se iniciaba con una vista panorámica de varios ¿coches? alineados en medio de un descampado, con las puertas y los maleteros abiertos. Todo era color, luces y formas. Veía los parachoques agresivos, los equipos de música de chopocientos watios, los interiores en cuero blanco, los volantes de metacrilato… Acostumbrado a mi dos caballos, era como haber estado en el purgatorio durante mucho tiempo, y por fin poder pisar la Tierra Prometida. Y cuando entrevistaron a algunos de los afortunados dueños de aquellas maravillas, no pude evitar replantearme toda mi existencia. Qué hombría, qué hablares, qué donde de gentes, qué savoir faire… Vamos, sociabilidad echa carne. Y las novias, ni les cuento. Eso era sex-appeal y bien vestir y no lo que tiene Marujita Díaz.
A qué negar que, me gustaría ser como ellos, poder vivir de rentas en casa de mis progenitores, y trabajar un mínimo de cuarenta horas semanales (si me dejaran más, yo encantado) para poderme gastar el sueldo en complementos para mi autito. He estado visitando páginas web sobre el tema (de momento mi nivel tunero es elemental, no conozco referencias fiables) y ya le he echado el ojo a unos cuantos complementos. He dedicido gastarme 185€ en un volante Extreme Azul, otro tanto en un alerón para mi 2CV, y unos 360$ en las llantas de 17” (bueno, 360$ por llanta, lo que al cálculo da la friolera de 1440$). La duda que me asalta ahora (novato de mí) es, cobrando lo que cobro, me compro una llanta con cada sueldo, pero, ¿las voy montando según las compro, y llevo el coche con una-dos-tres-y finalmente cuatro llantas de las más molonas? ¿O espero a tenerlas todas guardadas encima del armario para acondicionarlas a mi bólido? La duda me corroe…
Dudas a parte, lo único que sé es que a partir de ahora voy a dedicar todo mi esfuerzo, tiempo y dinero en intentar acondicionar mi coche. Porque si hay algo que se valora en este país, a parte del deporte, es tener un buen coche, y si es tuneado, ya ni les cuento. Intentaré controlarme para ser más “normal”, dejando a un lado excentricidades tales como la lectura, el arte, la reflexión. Total eso ya no está bien visto. Si lo llego a saber antes, cuando de pequeño me preguntaban que qué quería ser de mayor, hubiese contestado muy orgulloso: “Yo, de mayor, quiero ser tunero”. O sea.