"El camino que lleva a Belén baja hasta el valle que la nieve cubrió"
El Tamborilero, villancico popular
Siguiendo con el tema de las costumbres decorativas iniciado ayer hoy analizaremos el fenómeno del maquetismo navideño, o lo que es lo mismo, los belenes (a qué negar que resulta cuanto menos curioso el hecho de que Belén sea la única población mundial que disponga de un plural: Belén-belenes, cosa que no pasa con urbes más grandes como New York, Tokyo o Madrid por poner un ejemplo. ¿Alguien ha oído hablar de los santiagos o los parises? Pues eso). Perdonen, desvarío…
Siguiendo con el tema, informar, para aquellos que lo desconozcan, que la tradición del belén es cristiana (y si me apuran, católica), aunque ante todo pronóstico, la mayoría de hogares que se enzarzan en su montaje y veneración en estas fechas pertenecen a la subespecie atea y/o agnóstica (ironías de las tradiciones, ya saben). Para aquellos que desconozcan de qué va el asunto en cuestión, informarles que se trata de representar a escala (1:10, 1:50… depende del gusto y del zulo donde habiten) el nacimiento de Jesús y la adoración de éste por parte de los Reyes Magos. Esta tarea normalmente se encomienda a los más pequeños de la casa, que con toda su ilusión se encargan de montar un poblado morisco-occidentalizado utilizando para ello los elementos tipicamente tradicionales: cortezas de árbol, que hacen las veces de desniveles del terreno, harina o azúcar que representa la nieve (¡en Belén nevando! Los meteorólogos se tiran de los pelos), papel de plata, virtuosísimo recurso para recrear ríos ya que normalmente en el conjunto de figuras siempe hay unos patos (¿?) y unos pescadores (¡en medio de Belén un río señores! Me pregunto si será el Tigris o el Eufrates), y claro estos elementos necesitan su zona acuática.
Cuestión a parte resultan las figuras del susodicho belén. Las hay de todas formas, colores y tamaños. Desde las más realistas a las más abstractas (y no sólo hablo de los belenes recreados con Clicks de Playmobyl o superhéroes Marvel, vistos con estos propios ojos). Como no podía ser de otra forma, a mayor realismo y calidad, mayor el precio de las figuras. Con lo cual se suele llegar a comprar el figuramen en entregas anuales y los púberes andan locos porque este año comprarán una lavandera para postrar en el río (¿quién dijo bizarrismo?). Otro factor a tener en cuenta es el gusto y la concepción del espacio de los artistas. Esto suele traer discusiones familiares del tipo “no puedes poner los pastores ahí porque se ahogan” o “si pones la estrella de oriente ahí los reyes no llegarán nunca jamás al portal”. Un servidor ha visto belenes que parecían concentraciones de hooligans de tan amontonadas que estaban las figuras y otros del tamaño de un campo de fútbol, con cuatro figuras a penas.
La última disputa que se planeta sobre el belén suele acaecer una vez pasadas las fiestas, cuando toca recogerlo todo. La frase más utilizada en estas fechas es: “José Miguel, no te vuelvo a repetir que recojas el belén, que estamos a 20 de febrero y a este paso lo dejamos puesto para el año que viene”. Todo esfuerzo es inútil. Suelen acabar recogiéndolo los padres, o eso, o realmente si que el belén se queda montado 365 días.
Para acabar el tema, un dato anecdótico: a medida que los infantes crecen, las ganas de armar el susodicho poblado va menguando hasta no tener ganas algunas de hacerlo. Es el momento del relevo generacional, cuando son los progenitores los que se encuentran obligados a montarlo para darle más “sentimiento navideño” a la casa. Pero como tampoco hay muchas ganas (y menos tiempo, que hay que organizar la cena de nochebuena o la de nochevieja) la maqueta de 10x4 suele acabar reducida al portal, sin reyes si quiera, y colocada en el recibidor de la vivienda, para que la navidad entre en los corazones de todos los recién llegados nada más entrar por la puerta. O no.