"Come with me for fun in my buggy
Come along let's go for the hell of it"
Dune buggy, de la película "...Altrimenti ci arrabbiamo!"
Que la historia del cine es un compendio de injusticias y olvidos garrafales es cosa de todos sabida. Hoy vengo a ofrecerles otro de esos momentos de justicia higronáutica para un par de actores que injustamente han caido en el olvido, pese a haber marcado a toda una generación de videoadictos: Bud Spencer y Terence Hill.
Corrían los años setenta cuando llega a las pantallas un spaghetti western que, soprendentemente, plantea toda una revolución en el género: Le llamaban Trinidad (aka Lo Chiamavamo Trinità). El protagonista, un tal Terence Hill, nos recordaba sutilmente a un cruce entre el Clint Eastwood de los clásicos rodados en Almería y Steve McQueen. De esos tipos que de entrada, sin saber bien bien por qué te caen simpáticos, pero no acabas de fiarte de ellos con la mirada de cabroncete que tienen. A él se le unía una especie de mastodonte humano, con una cara afable y bonachona, que no tenía reparos, si el asunto se ponía complicado, a dedicarse a dar mamporros a diestro y siniestro: Bud Spencer. Acababa de nacer la leyenda.
Un año más tarde, vistos los beneficios de una producción tan barata como aquella, no dudaron en rodar la segunda parte de la película, en según que momentos superior a su antecesora: Le Seguían Llamando Trinidad (aka ...continuavano a chiamarlo Trinità) con la cual los dos protagonistas acabaron de asentar las bases de un subgénero que perduraría durante más de una década.
Es innegable que hay un antes y un después de la aparición de estos dos monstruos mediáticos en escena. Muchas (por no decir casi todas) las comedias de entretenimiento socarrón y zafio posteriores que tanto público reúnen en multisalas y crean legiones de adeptos, le deben mucho al saber hacer de Terence y Bud. Recuerdo con cierta nostalgia (será la edad) visionar Dos Superpolicías, ¡Más fuerte Muchachos! o Y si no, nos enfadamos en el sofá de mi casa, y estar deseoso de que empezara lo que Ben Grimm llamaría “la hora de las tortas”: Escenas enteras, aceleradas para darle más ritmo a la acción, con música spaguetti setentero de fondo, y cargadas de coscorrones y guantazos (afirmaría casi con rotundidad, que no ha habido nadie en la historia del celuloide que haya dado repartido tantas ostias a mano abierta como el bueno de Bud Spencer). Diversión pura y dura. Y sin tratar al público como deficientes mentales, tal como pasa en todas las películas actuales enmarcadas dentro del show bussiness.
Innovaron el slapstick, otorgándole una concepción a caballo entre la violencia y la inocencia. Renovaron géneros que por aquél entonces estaban a punto de morir en manos de fotocopias de fotocopias de fotocopias (el spaghetti western, o la cinta policial, por ejemplo). Y todo bajo un presupuesto muy reducido que no impedía la consecución de los objetivos. Pero el tiempo, y la competencia (que se dedicaba en buena parte a imitar sus principios básicos, pero con un presupuesto y una distribución típicamente norteamericana) acabaron con sus películas, que empezaron a perder adeptos, y con ellos, ingresos. Toda una lástima (y una injusticia), pues si hubieran seguido juntos, apostaría que más de un actorcillo de poca monta (Eddy Murphy es el primero que me viene a la mente) hubiese tenido que doblegarse ante el carisma y la forma de hacer de mr. Hill y mr. Spencer que a bien seguro, hubiesen sabido adaptarse a los tiempos y haberse mantenido en lo más alto.
Desde aquí espero y deseo que no haya que esperar al momento de su muerte para rendirles homenaje. Se merecen mucho, pero mucho más. Y si no, nos enfadamos.
Yo creo que en la época de los cines de barrio las ví todas. Muchas de ellas con mi viejo, fan irredento de estos dos supermamporreros. Por mi casa hay bastantes cintas VHS de sus pelis. No están todas las que son, pero son todas las que están (las dos de Trinidad entre ellas). Las hostias a mano abierta de Bud siguen siendo las mejores hostias de celuloide que se han dado nunca. Sobre todo las que daba en el cogote y hacían dar la vuelta al adversario en el aire (igual exagero en lo de la vuelta aérea, pero es lo que tienen los recuerdos).