La edad de la inocencia
rubricado por Higronauta
En contra de lo que se suele plantear desde el Pensamiento Único, uno de los mayores placeres que puede obtener el cinéfago empedernido en tanto que espectador cotideano es la imposibilidad de atrofiar su factor sorpresa por muy lejos que crea que halla podido llegar. Y es que la mente humana no tiene límites para crear y ciertos productores parecen no tenerlos para poner capital encima de una mesa de madera chapada cualquiera para sacar adelante proyectos que, desde una visión mínimamente racional, se dibujan como absurdos e imposibles. Aunque quizás, el factor que ayuda a ese estado de vigilia constante para con lo visionado, el elemento que permite que cada reproducción pueda suponer una aventura más colosal que la anterior sea la ignorancia pura y dura.
El ser humano se forja y se conforma de experiencias previas que va recopilando a lo largo de su vida. Así mismo la relación del espectador para con la pantalla está amalgamada de esos componentes históricos que nos conducen a unos razonamientos acertados en mayor o menor medida. La mundología adquirida con ciertos aspectos de la cinematografía nos conducen, inevitablemente, hasta una vía muerta. Esto es, poder realizar juicios de valor basándonos en la referencialidad visionada y así obtener una realidad sutilmente deformada y tendenciosa. A esto hay que sumarle también la cantidad ingente de información existente sobre ciertos mundos de celuloide, que, para bien o para mal, nos influyen en tanto que espectadores,
Llegados a este punto, el degustador de elementos cinematográficos pierde parte de su conceptual virginalidad ante una obra en detrimento de una serie de valores que se superponen a ésta y le favorecen una lectura más rica, aunque quizás, algo más sintética y cadavérica. Piensen por un momento en una de esas delicatessens personales que todos tenemos y retrotraiganse a la primera vez que la visionaron. Por mucho que, tras varias relecturas hallan podido contemplar y disfrutar de prismas complementarios y adyacentes, que han acabado enriqueciendo y ensalzando mucho más su naturaleza, aquella primera vez, cual si de amores se tratara, fue un espasmo de magia, un pequeño bigbang interno, al que ya no tendrán oportunidad de volver si no es vía memórica.
Esto conlleva una consecuencia sine qua non, destilada de una cuestión de estilos y de criterios: cualquier esperiencia posterior y relacionable con aquél fraccionario momento se hallará pervertido por éste. No deja de ser ni bueno ni malo, reitero, pero dejará de ser puro. En mi caso, uno de esos instantes se produjo durante el visionado azaroso e inintencionado de El Extraño. Aquellos picados y contrapicados de la torre del reloj pusieron mi percepción visual de vuelta y media. Ávido me lancé a una investigación personal por visionar y disfrutar otras películas del hasta entonces desconocido para mí Orson Welles. Y aunque visionado tras visionado mi pasión por aquél hombre iba creciendo progresivamente, ni la deliciosa escena de los espejos en La dama de Shangai pudo hacer que el corazón volviera a darme un vuelco como en aquel campanario de Harper, Connecticut. Desde entonces no he dejado de buscar esos momentos irrepetibles.
Y si bien dentro de los parámetros cinéfilos siguen habiendo un buen número de ellos, también es verdad que con el paso de los años y la acumulación de experiencia comentada más arriba, estos se tornan menores y más distanciados. Y uno descubre, tristemente, que hay momentos en que ha obviado ese rastreo de fugacidades stendhalianas, más por hábito a su ausencia que por su dejadez. Es entonces cuando decide buscar en otros ríos, quizás menos caudalosos, pero, por su lejanía, más fructíferos. Y se adentra en esos territorios desde la concepción virginal perdida, sin apenas conocimiento alguno (una veces evitado, otras forzado). Y cual si de un Heinrich Schliemann cualquiera se tratara, descubre que vuelve a creer y que esos instantes indelebes, aún ahora, existen, son más de los que uno podía llegar a concebir y son aprehensibles sólo con estirar la mano.
El ser humano se forja y se conforma de experiencias previas que va recopilando a lo largo de su vida. Así mismo la relación del espectador para con la pantalla está amalgamada de esos componentes históricos que nos conducen a unos razonamientos acertados en mayor o menor medida. La mundología adquirida con ciertos aspectos de la cinematografía nos conducen, inevitablemente, hasta una vía muerta. Esto es, poder realizar juicios de valor basándonos en la referencialidad visionada y así obtener una realidad sutilmente deformada y tendenciosa. A esto hay que sumarle también la cantidad ingente de información existente sobre ciertos mundos de celuloide, que, para bien o para mal, nos influyen en tanto que espectadores,
Llegados a este punto, el degustador de elementos cinematográficos pierde parte de su conceptual virginalidad ante una obra en detrimento de una serie de valores que se superponen a ésta y le favorecen una lectura más rica, aunque quizás, algo más sintética y cadavérica. Piensen por un momento en una de esas delicatessens personales que todos tenemos y retrotraiganse a la primera vez que la visionaron. Por mucho que, tras varias relecturas hallan podido contemplar y disfrutar de prismas complementarios y adyacentes, que han acabado enriqueciendo y ensalzando mucho más su naturaleza, aquella primera vez, cual si de amores se tratara, fue un espasmo de magia, un pequeño bigbang interno, al que ya no tendrán oportunidad de volver si no es vía memórica.
Esto conlleva una consecuencia sine qua non, destilada de una cuestión de estilos y de criterios: cualquier esperiencia posterior y relacionable con aquél fraccionario momento se hallará pervertido por éste. No deja de ser ni bueno ni malo, reitero, pero dejará de ser puro. En mi caso, uno de esos instantes se produjo durante el visionado azaroso e inintencionado de El Extraño. Aquellos picados y contrapicados de la torre del reloj pusieron mi percepción visual de vuelta y media. Ávido me lancé a una investigación personal por visionar y disfrutar otras películas del hasta entonces desconocido para mí Orson Welles. Y aunque visionado tras visionado mi pasión por aquél hombre iba creciendo progresivamente, ni la deliciosa escena de los espejos en La dama de Shangai pudo hacer que el corazón volviera a darme un vuelco como en aquel campanario de Harper, Connecticut. Desde entonces no he dejado de buscar esos momentos irrepetibles.
Y si bien dentro de los parámetros cinéfilos siguen habiendo un buen número de ellos, también es verdad que con el paso de los años y la acumulación de experiencia comentada más arriba, estos se tornan menores y más distanciados. Y uno descubre, tristemente, que hay momentos en que ha obviado ese rastreo de fugacidades stendhalianas, más por hábito a su ausencia que por su dejadez. Es entonces cuando decide buscar en otros ríos, quizás menos caudalosos, pero, por su lejanía, más fructíferos. Y se adentra en esos territorios desde la concepción virginal perdida, sin apenas conocimiento alguno (una veces evitado, otras forzado). Y cual si de un Heinrich Schliemann cualquiera se tratara, descubre que vuelve a creer y que esos instantes indelebes, aún ahora, existen, son más de los que uno podía llegar a concebir y son aprehensibles sólo con estirar la mano.
Etiquetas: Cinerama, Yo mismo e Higronauta
10 Réplicas:
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Publicar un comentarioUn hermoso canto a la belleza del cine, diga que si Don Higro. Cuesta, pero es necesario mantener en forma el musculo de la maravilla.
La pérdida de la fascinanción es un gran putadón.
Afortunadamente de vez en cuando algún loco se saca de la manga algo absurdo o inesperado, que aunque no sea siempre brillante es diferente o sorpresivo.
El círculo cerrado de producción y distribución no suele permitir este tipo de despuntes, tal vez la popularización de los medios tecnológicos y la distribución por internet sea una oportunidad para este tipo de cine al margen.
El círculo cerrado de producción y distribución no suele permitir este tipo de despuntes, tal vez la popularización de los medios tecnológicos y la distribución por internet sea una oportunidad para este tipo de cine al margen.
Cine fascinante lo hay bueno, malo y malo-bueno, personalmente las mayores cotas de fascinación las he alzanzado en el buen cine malo hay películas que hacen la vida un poco mejor solo con su existir barato, subcultural, y kitsch...
Me alegra pensar que me relaciono con un grupo de gente que es capaz de proveerme de dichas nuevas fuentes de magia. Nunca dejan de sorprenderme vds..., espero poder corresponderles con mi piedrecita para hacer la montaña más grande...
Sólo espero, Dr. conseguir que no se atrofie nunca ese músculo.
Y una falta de interés, añadiría, maese estanli. Sólo con buscar es posible encontrar...
Fíjese que, por el momento, ese reducto que usted comenta, maese jacarma, lo he encontrado más en la hiperproducción ochentera videocassettera que en la era digital en que nos hallamos. C'est possible, a día de hoy, pero ya le digo que en aquellos tiempos, el límite estaba en la imaginación (que no en los medios o los saberes).
Últimamente, a colación de lo que he comentado más arriba, me encuentro en la misma situación que usted, maese angalqua.
Maese Kuroi, no se si es consciente, pero sepa que sus aportaciones rocosas a la causa son constantes y continuas.
Y una falta de interés, añadiría, maese estanli. Sólo con buscar es posible encontrar...
Fíjese que, por el momento, ese reducto que usted comenta, maese jacarma, lo he encontrado más en la hiperproducción ochentera videocassettera que en la era digital en que nos hallamos. C'est possible, a día de hoy, pero ya le digo que en aquellos tiempos, el límite estaba en la imaginación (que no en los medios o los saberes).
Últimamente, a colación de lo que he comentado más arriba, me encuentro en la misma situación que usted, maese angalqua.
Maese Kuroi, no se si es consciente, pero sepa que sus aportaciones rocosas a la causa son constantes y continuas.
"uno de los mayores placeres que puede obtener el cinéfago empedernido en tanto que espectador cotideano es la imposibilidad de atrofiar su factor sorpresa"...este trozo que me encanta Maese me ha alegrado el día...creo que podría aplicarse a otras manifestaciones artísticas..y cómo no, a cualquier acontecimiento vital, por nimio que éste pueda resultar...hay que conservar esa capacidad de sorpresa infantil...
las referencias, como las comparaciones, son odiosas.
lo que? a mi m'habla más sencillo!!! hombre ya!
no obstante no le falta razón, como casi siempre, cada vez nos volvemos menos impresionables y más resabidos.. el ser humano es un asco.
no obstante no le falta razón, como casi siempre, cada vez nos volvemos menos impresionables y más resabidos.. el ser humano es un asco.
Por supuesto es trasladable a cualquier elemento de cotideanidad vital, maese Loco, que si no...
No se puede decir más claro, querida Pussy.
Disculpe el lenguaje Jefe Dreyfuss pero es que Escancie su excelencia su copita de anis me dejaron muy marcado...
No se puede decir más claro, querida Pussy.
Disculpe el lenguaje Jefe Dreyfuss pero es que Escancie su excelencia su copita de anis me dejaron muy marcado...