"¿Tú eres más moderno que yo? Sí, esto es una competición de analfabetos"
The Movidas

Según algunos estudios de marketing, se pueden distinguir tres tipos de categorías especiales de ciclos de vida de los productos: estilos, modas y caprichos. Los primeros se definen como "formas básicas y distintivas de expresión que aparece en un campo del quehacer humano. Un estilo puede durar generaciones, y estar en boga a veces y a veces no". Por contra, "la moda es un estilo aceptado actualmente o que goza de popularidad en un campo dado y que pasa por cuatro etapas: distinción, imitación, moda masiva y decadencia". Los caprichos, en cambio son "modas que aparecen rápidamente entre el público (aka consumidor), alcanzan su auge en breve espacio de tiempo y tienen una decadencia igualmente rápida".
Y es que, queridos mostrencos, hoy vamos a hablar de moda. O lo que es lo mismo: del mal gusto que impera en las calles de nuestras urbes cubriendo la dermis ciudadano de a pie. Y para ello (y sobretodo, por la falta de tiempo/espacio) vamos a dejar a un lado el análisis de teorías, diseñadores varios, monstruosidades made in Zara y/o mercadillo, y culto a la tela. Hoy, sin tener que hacer uso de nuestra particular maquina del tiempo (modelo Delorean 2.0), vamos a hablar de la moda de los ochenta.

Porque, si no era suficiente tener que soportar el gusto aberrante de la sociedad españolita a la hora de elegir su vestimenta diaria, lo único que nos faltaba era el regreso de lo más fashion de hace poco menos de veinte años. Un servidor, amante como ya saben de lo retro, encuentra fascinantemente estéticas las corrientes indumentarias de épocas como los sesenta, los setenta, y si me apuran, los cincuenta, por muy anacrónico que pudiera parecer a estas alturas portar dicha vestimenta. Pero, ¿no hubo suficiente con vivir una vez la horrendez de los modelitos de principios de la década de los ochenta, que tenemos que volver a revivirlos? ¿No se podría haber escogido otra década más estéticamente bella?
Todo empezó, hace unos meses con la moda de los calentadores gimnásticos. Uno paseaba tan tranquilamente por la calle, o se encontraba laburando tranquilamente, y veía pasar a la pedorra de turno, con (mini)falda, y unos calentadores hasta casi las rodillas. Aquí los amigos de The Movidas ya dispararon un certero dardo mordaz afirmando aquello de "¿qué ha llegao la época de fama o qué?". Pero lo peor estaba por venir.
Porque en esta sociedad aletargada sociopolíticamente, la juventud (y lo que no es juventud) está adoptando una posición a caballo entre la rebeldía a la hora de elegir indumentaria y el (presupuesto) snobismo más atroz. Ropaje deportivo, mallas, toreras, avalorios de tamaño industrial (siguiendo la teoría cuántica de que la más in es aquella que luce pendientes más grandes), gafas de sol modelo mosca (cuanto más te tapan la cara, más modenno)...
Pero lo peor, si me apuran, no es nada de lo antes citado. Lo peor es que ha vuelto la laca. Y con ella, obvio, los crepados. Y no sé ustedes, pero si hay una cosa que a un servidor le da cierta dentera a la hora de videar una película de los ochenta son los peinados y acicalados que llevaban, sobretodo ellas. Poniendo un ejemplo: la Mosca, del maestro Cronenberg, nunca llegará a ser la obra de arte completa que pudo haber sido por culpa de la pelambrera de doña Geena Davis.
Así que ya saben, si quieren ser lo más, hagan uso y referencia de la iconología trash-petarda de la maravillosa época de la libertad en el mundo de la vestimenta. Imiten a Leroy Johnson, péinense como C.C. Catch (o en su defecto como A-Ha), o apáñense unos modelitos imitando a Boy George, o, en su defecto patrio, a Locomía). Y si quieren un perfecto manual del hortera ochentero, no dejen de videar No puedes comprar mi amor, todo un compendio de usos y maneras de pasar de freaky remilago y empollón a borrego fashion de instituto, admirado por ellos y deseado por ellas (y hablando de susodicha película, ¿para cuando el Oscar a Patrick Dempsey?).

De todo esto se deduce que el ser humano, a parte de ser elemento consumista de por sí, gracias a los procesos sociogenéticos y educativos inculcados generación tras generación, es capaz de llegar a sufrir dos (y más) veces las mismas penurias si el Mercado lo impone. Y luego dirán que nuestra capacidad de razonamiento no está sobrevalorada. No ni poco.