Cuando calienta el sol...
rubricado por Higronauta
"Vacaciones infernales para tí"
Alaska y Dinarama
Normalmente se tiene la idea que es en Navidades cuando la sociedad primermundista se aúna más y se conforma en un todo, venerando el nacimiento de ese Cristo inexistente, y rindiendo culto al consumismo, bajo la consabida excusa del ñoñismo de lagrimilla facilona. Un servidor, en cambio, distando muy mucho de esa presunción, es de los que opinan, que es en estas fechas veraniegas cuando las personas se acercan más las unas a las otras, donde los individuos pasan a ser parte de una masa, más global si cabe, de lo que lo viene haciendo el resto del año.
Piensen fríamente (si las altas temperaturas que despuntan los termómetros se lo permiten): como Fuenteovejuna, todo ciudadano a de a pie que se precie, llegadas estas fechas, se sube en su auto, acompañado de toda la família, animales de compañía y equipaje como para dos años de ausencia, y se diluye en ese animal mecanizado y borreguil que es La Caravana. Horas y horas de anonimato automovilístico, bajo un sol abrasador, acompañado de las (teóricas) personas más queridas, presupuestamente disfrutando del momento, con la única finalidad de llegar a su punto de vacaciones prefijado. Y ahí no acaba la cosa. Porque una vez llegado al típico apartamento en primera (o segunda, o tercera, o cuarta, o...) línea de mar, la fusión con los más próximos sigue patente: el reducido espacio de las "viviendas" obliga a veces a que uno se sienta más cercano con los vecinos del piso de al lado que de la propia família. Y, ¿qué me dicen de la playa? No creo que halla espacio semiurbanita donde la ingente masa de cuerpos se aúne más que en susodicho recoveco arenoso. Los cuerpos esbeltos y culturizados, sin pudor alguno, se remozan con las masas plastiformes de carne. Los pies de algunos utilitarios se reúnen en una especie de unión mística con las caras, espaldas o pechos de aquellos, que, durante el resto del año, son personas ajenas y a las que uno, por nada del mundo, se acercaría a más de dos cientos metros. Esas cantidades industriales de sudor salado que se algutinan, como buen sofrito, en las calientes y enguarradas arenas playeras. Por no hablar ya del mar, donde, no sólo cuerpos y sudores se vuelven una masa deforme, sino que, en varios casos, algún que otro líquido de más es compartido en un acto de caridad sin precedentes.
Otro tema que aúna como pocos a los "seres humanos" en pleno agosto es la falta de actividad neuronal existente. Sí, ya sé, los más críticos seguramente estarán pensando que eso, no es un producto exclusivo del verano, y que se da 365 días al año (366 en caso de ser año bisiesto). Pero, para que digan que la especie humana, no es capaz de realizar actos sorprendentes, uno descubre, que durante el verano ¡Se piensa todavía menos de lo habitual! Consulten si no sus parrillas catódicas: reposiciones de reposiciones de reposiciones (toquemos madera para que este año no nos vuelvan a endosar Verano Azul), galas surrealistas y subnormales a patadas, y, cómo no podía ser de otra manera, Ramón García (elemento al que creo valdrá la pena dedicarle un post a parte). Una especie de mensaje subliminal sale del tubo de rayos catódicos, afirmando algo así como "a partir de ahora, deje su neurona reposando en el cajón de la mesilla. El breve espacio de ocio anual que le ha sido asignado no tiene necesidad alguna de ella. Relájese y déjese llevar por los entresijos de la inotipia y la absurdidad".
Aunque lo que a un servidor más le motiva, sin duda alguna es el tema musical veraniego. Por una vez en todo el año el nivel de absurdidad musical roza límites insospechados (que ya es decir) llegando a crear clásicos del panorama cañí musical (siento informales que este año, ando tan desconectado del mundanal ruido, que desconozco cual es el tema veraniego que se está imponiendo en las garrulas terrazas, aunque presupongo que algo estará pintando el aborrecible reaggeton). Para don Higronauta, el verano musical es la mejor época de pesca de trash celtibérico: Se lanza la caña, se recoje la consabida "canción del verano" y se deja, eso sí, reposar durante unos cuantos años. El proceso es similar al del buen vino. Me explico: ahora mismo, lo que pueda estar sonando en cualquier discoteca veraniega, vale, debe ser de lo peor, pero, hagan memoria... ¿Qué pasa por sus mentes si les recuerdo canciones como el Bimbo de Georgie Dann, el Juanita Banana de san Luís Aguilé, Mi Abuela de Wilfred y la Ganga, o, sin ir más lejos, el Aserejé de las Ketchup? ¿Se entiende? Una vez dejado madurar en la buena discoteca y/o emepetresteca, esos temas se recueran del cajón, cuando ya nadie se acuerda de ellos, y se convierten en elementos a paladear y degustar, únicamente por un público experto (en gusto atroz, obvio).
Cuando acabe el verano, el pueblo llano, volverá a cargar sus autos, volverá a conformar el citado monstruo de doce cabezas mecánico, y se encaminará de vuelta a su trabajo, unos pensando ya en el año que les queda para volver a arremolinarse en el anonimato, y en ese acercamiento a sus allegados congéneres, y los más, con unas ganas terribles de reincorporarse a su vida cotidiana, con la esperanza, de que quizás, mediante un ascenso, pisando a su vecino, puedan salir de la rutina, y, quién sabe, llegar a ser alguien.
Y mientras tanto, al igual que la Banda del Capitán Canalla, yo me pregunto: ¿Dónde andará Gerogie Dann?
Alaska y Dinarama
Normalmente se tiene la idea que es en Navidades cuando la sociedad primermundista se aúna más y se conforma en un todo, venerando el nacimiento de ese Cristo inexistente, y rindiendo culto al consumismo, bajo la consabida excusa del ñoñismo de lagrimilla facilona. Un servidor, en cambio, distando muy mucho de esa presunción, es de los que opinan, que es en estas fechas veraniegas cuando las personas se acercan más las unas a las otras, donde los individuos pasan a ser parte de una masa, más global si cabe, de lo que lo viene haciendo el resto del año.
Piensen fríamente (si las altas temperaturas que despuntan los termómetros se lo permiten): como Fuenteovejuna, todo ciudadano a de a pie que se precie, llegadas estas fechas, se sube en su auto, acompañado de toda la família, animales de compañía y equipaje como para dos años de ausencia, y se diluye en ese animal mecanizado y borreguil que es La Caravana. Horas y horas de anonimato automovilístico, bajo un sol abrasador, acompañado de las (teóricas) personas más queridas, presupuestamente disfrutando del momento, con la única finalidad de llegar a su punto de vacaciones prefijado. Y ahí no acaba la cosa. Porque una vez llegado al típico apartamento en primera (o segunda, o tercera, o cuarta, o...) línea de mar, la fusión con los más próximos sigue patente: el reducido espacio de las "viviendas" obliga a veces a que uno se sienta más cercano con los vecinos del piso de al lado que de la propia família. Y, ¿qué me dicen de la playa? No creo que halla espacio semiurbanita donde la ingente masa de cuerpos se aúne más que en susodicho recoveco arenoso. Los cuerpos esbeltos y culturizados, sin pudor alguno, se remozan con las masas plastiformes de carne. Los pies de algunos utilitarios se reúnen en una especie de unión mística con las caras, espaldas o pechos de aquellos, que, durante el resto del año, son personas ajenas y a las que uno, por nada del mundo, se acercaría a más de dos cientos metros. Esas cantidades industriales de sudor salado que se algutinan, como buen sofrito, en las calientes y enguarradas arenas playeras. Por no hablar ya del mar, donde, no sólo cuerpos y sudores se vuelven una masa deforme, sino que, en varios casos, algún que otro líquido de más es compartido en un acto de caridad sin precedentes.
Otro tema que aúna como pocos a los "seres humanos" en pleno agosto es la falta de actividad neuronal existente. Sí, ya sé, los más críticos seguramente estarán pensando que eso, no es un producto exclusivo del verano, y que se da 365 días al año (366 en caso de ser año bisiesto). Pero, para que digan que la especie humana, no es capaz de realizar actos sorprendentes, uno descubre, que durante el verano ¡Se piensa todavía menos de lo habitual! Consulten si no sus parrillas catódicas: reposiciones de reposiciones de reposiciones (toquemos madera para que este año no nos vuelvan a endosar Verano Azul), galas surrealistas y subnormales a patadas, y, cómo no podía ser de otra manera, Ramón García (elemento al que creo valdrá la pena dedicarle un post a parte). Una especie de mensaje subliminal sale del tubo de rayos catódicos, afirmando algo así como "a partir de ahora, deje su neurona reposando en el cajón de la mesilla. El breve espacio de ocio anual que le ha sido asignado no tiene necesidad alguna de ella. Relájese y déjese llevar por los entresijos de la inotipia y la absurdidad".
Aunque lo que a un servidor más le motiva, sin duda alguna es el tema musical veraniego. Por una vez en todo el año el nivel de absurdidad musical roza límites insospechados (que ya es decir) llegando a crear clásicos del panorama cañí musical (siento informales que este año, ando tan desconectado del mundanal ruido, que desconozco cual es el tema veraniego que se está imponiendo en las garrulas terrazas, aunque presupongo que algo estará pintando el aborrecible reaggeton). Para don Higronauta, el verano musical es la mejor época de pesca de trash celtibérico: Se lanza la caña, se recoje la consabida "canción del verano" y se deja, eso sí, reposar durante unos cuantos años. El proceso es similar al del buen vino. Me explico: ahora mismo, lo que pueda estar sonando en cualquier discoteca veraniega, vale, debe ser de lo peor, pero, hagan memoria... ¿Qué pasa por sus mentes si les recuerdo canciones como el Bimbo de Georgie Dann, el Juanita Banana de san Luís Aguilé, Mi Abuela de Wilfred y la Ganga, o, sin ir más lejos, el Aserejé de las Ketchup? ¿Se entiende? Una vez dejado madurar en la buena discoteca y/o emepetresteca, esos temas se recueran del cajón, cuando ya nadie se acuerda de ellos, y se convierten en elementos a paladear y degustar, únicamente por un público experto (en gusto atroz, obvio).
Cuando acabe el verano, el pueblo llano, volverá a cargar sus autos, volverá a conformar el citado monstruo de doce cabezas mecánico, y se encaminará de vuelta a su trabajo, unos pensando ya en el año que les queda para volver a arremolinarse en el anonimato, y en ese acercamiento a sus allegados congéneres, y los más, con unas ganas terribles de reincorporarse a su vida cotidiana, con la esperanza, de que quizás, mediante un ascenso, pisando a su vecino, puedan salir de la rutina, y, quién sabe, llegar a ser alguien.
Y mientras tanto, al igual que la Banda del Capitán Canalla, yo me pregunto: ¿Dónde andará Gerogie Dann?
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