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martes, junio 22, 2010
1:38 p. m.

Wilfred y la perdición

rubricado por Higronauta

Wilfred y la introducción


El imaginario colectivo está plagado de personas, que, en un momento determinado de su vida, han decidido romper con su presente, y realizar un cambio radical en sus existencias, desde Ambrose Bierce hasta los celtibéricos casos que tan genialmente intentaba erradicar don Paco Lobatón en su ya clásico Quién sabe dónde bajo el subterfugio excusista de la preocupación familiar, o, en el terreno de la ficción, y por citar a alguno, Reginald Perrin.

Ahora bien, hay que diferenciar claramente dos tipos de fractura temporal con la mismidad personal: a) la desaparición o supuesta defunción (Elvis, Bruce Lee o, si me apuran, Jesús Gil) donde la intención de iniciar una nueva vida parte de un cambio de paisaje y b) el enfrentamiento y rotura con el uso y costumbres del momento, que conlleva una total liberación del individuo con todo lo anterior, y que, obviamente, tiene unas connotaciones y unas implicaciones mucho más intrínsecas.


Caída y auge de Reginald Perrin
(o como romper con todo por el método tradicional)


Planteadas estas dos opciones, no deja de resultar digno de estudio el hecho que la mayoría de casos conocidos, ya sean en la vida real, ya sean en la ficción, se enmarquen dentro del primer grupo. Es quizás por eso que Wilfred se torna un héroe (de barro o no) al que admirar: Porque, siendo un triunfador, un día decide dar un giro a su vida y en lugar de desaparecer, opta por romper con todo. A las bravas.

Wilfred y la Perdición (o como acabar con un sueño)

“La perfección se logra al fin, no cuando no hay nada que agregar, sino cuando ya no hay nada que obtener”
Antoine de Saint-Exupery

En esta sociedad “de las oportunidades” donde el hijo de un granjero puede llegar a ser presidente, a ojos del iluso (un 97,4% de la población según los últimos estudios) ascender hasta el escalafón más alto puede resultar una tarea harto laboriosa. Lo que se desconoce, se ignora e incluso se malinterpreta, es el hecho que el camino inverso, esto es el descenso y/o la vuelta a la «mediocridad» puede resultar una labor más ardua si cabe, tomando tintes incluso épicos. El tópico “cuanto más alto más dura será la caída” ha de ser conmutado aquí por un “cuanto más alto, más difícil será el descenso”. Y es que cuando uno se convierte en el hijo ideal, la pareja perfecta, el trabajador impoluto y el amigo incomparable, conseguir destrozar esta iconografía latente resulta casi imposible. La credibilidad inherente a la persona aumenta exponencialmente (o, tal como ha venido a denominarlo el autor de la obra, uno posee vidas extra a gastar).

Don Ernesto Rodríguez opta pues, con Wilfred y la Perdición, a realizar un viaje sin retorno al corazón de la bestia, desgarrando el tejido social e interpersonal que nos rodea, utilizando el proceso de autoinmolación de su protagonista como elemento conductor. Una clara dentellada al status quo que, si me permiten la expresión, bien puede tintarse de pesimismo inconsciente: nada es lo que parece y todo tiende exponencialmente hacia la hipocresía intrínseca.

Wilfred y la hilaridad

Pese a esa visión tiernamente agorera, la novela destila humor (ácido) en altas dosis, cosa que consigue hacer más soportable el viaje hacia la Nada del protagonista, y de paso, del propio lector. La agudeza de ciertas situaciones, unida a una cantidad de referentes políticamente incorrectos y, por qué no decirlo, denostados por buena parte de la colectividad, se confabulan con pespuntes de socarronería soez que consiguen amalgamarse de una manera tan pluscuamperfecta, que, pese a golpearnos en todo el centro neurálgico del imaginario (personal y/o colectivo) se transmutan en una risa, cuando no una carcajada efectivamente sublimante.

Wilfred y la conclusión

“Una buena novela nos dice la verdad sobre su protagonista; pero una mala nos dice la verdad sobre su autor”.
G. K. Chesterton

Tergiversar es gratuito, y está a la orden del día. Cuando se escucha el concepto “ópera prima” se tiende a pensar, inconscientemente, en un cúmulo de elementos que pudieron ser y no fueron (motivos a parte). Se denosta así a la obra y a su creador, aplicando las leyes de la potencia de Aristóteles.
Sobra decir que un servidor nunca ha pertenecido a esa corriente de pensamiento, al considerar que la obra novel es el elemento rompedor del artista para con el mundo, realizando un salto al vacío donde, en pleno proceso creativo, tiene que demostrar al mundo su hacer y su visión de éste (ya llegará el tiempo del masaje y la plétora orgiástica, donde la subvención y la crítica estén al servicio de su persona, independientemente de la calidad), rompiendo, si puede o quiere, con los cánones establecidos previamente.
Partiendo de esa premisa analítica, Wilfred y la Percidión cumple objetivos. Es transgresora, dinámica, y ácida, y todo ello impregnado de la frescura inherente de una primera novela, que, en determinados momentos, puede acercarse a una cierta inmadurez narrativa (sentencia establecida tras la lectura de su segunda novela, puntualizo) que no le resta un ápice de efectividad.
Por una vez, y sin que sirva de precedente (o sí), dejen a un lado a sus ídolos de barro y desciendan al terreno de las entrañas de la narrativa (donde el oropel brilla por su ausencia) y adéntrense en el placer alternativo de leer Wilfred y la perdición. Sean libres.

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1 Réplicas:

  At 22/6/10 17:54 Anonymous Ernesto R.P. afirmó:

amén. Y gracias.